EFRÉN
MARTÍNEZ | 2016/04/15
12:31
La corrupción empieza en
casa
A veces es sutil y desapercibido, pero le enseñamos
a los niños a que se pongan el cinturón de seguridad no por su bienestar, sino
porque hay un policía de tránsito cerca.
Hace unos días tuve la oportunidad de escuchar a Andrés Camargo
hablar de lo que le pasó como funcionario público y debo confesar que hasta ese
día estaba sorprendido de los alcances que la corrupción podía tener, pero no
había dimensionado el otro lado de la moneda, pues era común ver personas
deshonestas que permanecen libres, pero no me era tan fácil entender cómo
personas honestas terminan presas. He conocido funcionarios públicos y
empresarios honestos, transparentes y verdaderos líderes, sin embargo, también
he escuchado de las trampas para ganar licitaciones, los términos de referencia
acomodados, las solicitudes de dinero de los de tesorería para agilizar las
cuentas, las propuestas indecorosas de porcentajes a cambio de ganarse un
contrato y en general un sin número de expresiones de cómo estamos como país;
también podemos ponerlo en términos más sutiles y hablar de gestores
comerciales que cobran por su “gestión” o por presentar el “contacto”, pues en
la medida que nuestro narcisismo nos permite pensar que las normas solo se
aplican para otros y que tenemos el derecho de saltarlas, flexibilizarlas o
acomodarlas, naturalizamos la corrupción y la volvemos parte de la
cotidianidad. Una cosa es la labor comercial, representativa o de relaciones públicas
y otra muy distinta la del promotor de corrupción.
Pero quejarnos y hablar mal de la corrupción no cambia nada; tal
vez debamos ir al principio de las cosas y revisar qué tan honestos somos en
casa. A veces es sutil y desapercibido, pero le enseñamos a los niños a que se
pongan el cinturón de seguridad no por su bienestar, sino porque hay un policía
de tránsito cerca, les pedimos que mientan por nosotros y digan en el teléfono
que no estamos, les contamos con orgullo de las trampas que hicimos en el
colegio, nos pasamos los semáforos en rojo, nos parqueamos en donde está
prohibido y les decimos que si ven un policía nos avisen; en síntesis, les
enseñamos que "en la vida hay que ser vivo mijito". Contamos con el
ego ensanchado cómo sobornamos al de tránsito, les damos excusas para que se
salven de responsabilidades del colegio e incluso nos asociamos con ellos para
que el otro padre no se entere de ciertas cosas. ¡Tenemos nuestro secretito de
amigos!
Les damos alcohol a los menores de edad sabiendo que es ilegal,
mentimos con frialdad delante de ellos, aparentamos ante los demás que todo es
perfecto y en algunos casos, cuando van creciendo, les enseñamos a evadir
impuestos, como si fuera algo natural esconder las cosas. Salimos y decimos
públicamente que el problema de la deshonestidad es que te descubran o que la
corrupción es inherente al colombiano.
Algunos patentaron el CVY (¿Como Voy Yo?), otros responsables de
las compras piden comisión, muchos políticos reparten los contratos, y si vamos
a ver, al interior de las casas y en su respectiva escala sucede lo mismo. En
las familias, como en la realidad del país, también se generan cortinas de
humo, a veces sin razones de peso destruimos en nuestros chats de papás a
algunos colegios, profesores o niños, nos volvemos falsos testigos para
proteger a algún hijo de las consecuencias de sus actos y hasta interponemos
demandas legales para defender al que hizo bullying, vendió drogas o golpeó a
alguien. Patrocinamos la falsedad en documento público permitiendo las
cedulas falsas en nuestros hijos y hasta cursamos dos veces la primaria
haciéndoles las tareas, monografías y proyectos para que presenten en la
escuela, pues les enseñamos que es más importante pasar que aprender, aparentar
que realmente ser.
Que alentador que se sumaran al grupo de servidores públicos transparentes,
muchas más personas honestas, pero no solo aquellas que no cometen actos
ilícitos y por ello se creen correctos, también quienes no se prestan ni se
hacen los de la vista gorda. Como diría el papa de una amiga: Necesitamos
educar en la decencia. Eso me impactó de Andrés Camargo, pues a pesar de todo
lo que le pasó, aún cree que la mejor gente y la más preparada deberían
servirle al país desde el sector público. Por supuesto hay mucha gente
transparente y cansada de este tema, así como un montón de padres educando en
la honestidad, sin embargo, la reflexión no sobra, pues la corrupción no son
solo los carteles, ni los políticos ni los grandes desfalcos, la corrupción
también está en nuestras casas y el asunto aquí es ¿Qué clase de hijos le
entregamos al país?
Tomado de la revista SEMANA.
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